Nunca fue playa de berberechos, lo fue por accidente. A los muelles de madera llegaban pequeñas embarcaciones repletas de agujas y berberechos para las fábricas de conserva que se apiñaban entre pequeñas casas por toda la ribera. Durante la descarga las gaviotas revoloteaban entre las embarcaciones para tragarse todo lo que caía al mar, incluso se atrevían a posarse en las cestas que las mujeres trasladaban en su cabeza hasta las fábricas.
No es difícil imaginar el maravilloso espectáculo de hombres, mujeres, embarcaciones y gaviotas junto el mar. Día a día, durante la descarga caían muchos berberechos y la playa poco a poco fue sembrada de manera casual y espontánea con un tipo de molusco propio de otro lugar.
La niña podía pasar las horas muertas recogiéndolos, tanto que tenían que venir a buscarla al perder entretenida la noción del tiempo. Ella aprendió a nadar en la playa y empezó a tirarse desde los muelles de madera con la protección de su inseparable amigo “el flotador” ya sabía nadar pero le daba miedo tirase sin él. Un día su hermano y otro amigo, en un descuido, la tiraron al agua si su flotador y entonces… descubrió el placer de adentrarse en el mar y resurgir como una sirena. Nunca más necesito la protección de su amigo.
En los últimos años, el mar bramaba y rugía cada vez con más fuerza y esto empezaba a inquietar mucho a las gentes del lugar. Los temporales de invierno anegaban los edificios más cercanos, que ahora ocupaban los terrenos de las antiguas fábricas y el viento mezclado con la salitre, llegaba hasta la huerta quemando las hojas de las camelias. Atrás quedaban los tiempos en los que siendo niña podía ver el mar.
No es difícil imaginar el maravilloso espectáculo de hombres, mujeres, embarcaciones y gaviotas junto el mar. Día a día, durante la descarga caían muchos berberechos y la playa poco a poco fue sembrada de manera casual y espontánea con un tipo de molusco propio de otro lugar.
La niña podía pasar las horas muertas recogiéndolos, tanto que tenían que venir a buscarla al perder entretenida la noción del tiempo. Ella aprendió a nadar en la playa y empezó a tirarse desde los muelles de madera con la protección de su inseparable amigo “el flotador” ya sabía nadar pero le daba miedo tirase sin él. Un día su hermano y otro amigo, en un descuido, la tiraron al agua si su flotador y entonces… descubrió el placer de adentrarse en el mar y resurgir como una sirena. Nunca más necesito la protección de su amigo.
En los últimos años, el mar bramaba y rugía cada vez con más fuerza y esto empezaba a inquietar mucho a las gentes del lugar. Los temporales de invierno anegaban los edificios más cercanos, que ahora ocupaban los terrenos de las antiguas fábricas y el viento mezclado con la salitre, llegaba hasta la huerta quemando las hojas de las camelias. Atrás quedaban los tiempos en los que siendo niña podía ver el mar.
Solía sentarse en el suelo, las fábricas y casas eran bajas, ante sus ojos se extendía la más hermosa de las rías, la isla de Tambo, el ir y venir de los barcos y el horizonte. Contemplándolo día a día aprendió a predecir el tiempo del día siguiente. En verano salía corriendo de casa cruzaba la carretera, (sin apenas coches) y sin parar llegaba a los muelles de madera para preguntar - ¿Qué tal esta el agua?- a lo que todos los niños respondían ¡Está como el caldo! Para luego comprobar al zambullirse que casi cortaba de lo fría que estaba. Tiempos de una hermosa niñez mecida por la mar.
Las fabricas fueron cerrando poco a poco y los terrenos fueron codiciados por hombres de negocios y mientras la niña crecía, crecían también los edificios, la ría fue ocultada a los ojos de una joven adolescente, que para compensar la perdida comenzó a plantar camelias para tapar un poco la vista de tantos edificios.
Las cosas empeoraron cuando alguien decidió ganar terreno al mar. Desapareció la playa, los muelles de madera y el mar quedo lejos, culto por los talleres navales y las vallas que ahora impedían el acceso.
Aquel día la mar rugía de manera tan alarmante que las autoridades temían la peor de las galernas. Los talleres navales estaban anegados y sobre las vallas del puerto rompían las olas con una fuerza inaudita, tanto que los edificios cercanos tuvieron que ser desalojados.
Ella tuvo que ceder su huerta a las autoridades y entre camelias montaron tiendas de campaña para acomodar a los refugiados. Cada minuto que pasaba, la fuerza del mar rompía y superaba todas las barreras. Aquella noche se lleno de tinieblas, fue dura y cruel, muy cruel, los ruidos y la oscuridad eran espantosos, y la noche se hizo interminable. Nadie sabía que estaba pasando, acurrucados en las tiendas y protegidos por las camelias, esperaba una tregua.
Al alba todo estaba en calma y ante los ojos de los refugiados, apareció otro mundo. Los edificios habían desaparecido, y los talleres navales dejaban paso ahora a una hermosa playa… El mar por fin había reclamado lo que era suyo.
A. Cris
Las fabricas fueron cerrando poco a poco y los terrenos fueron codiciados por hombres de negocios y mientras la niña crecía, crecían también los edificios, la ría fue ocultada a los ojos de una joven adolescente, que para compensar la perdida comenzó a plantar camelias para tapar un poco la vista de tantos edificios.
Las cosas empeoraron cuando alguien decidió ganar terreno al mar. Desapareció la playa, los muelles de madera y el mar quedo lejos, culto por los talleres navales y las vallas que ahora impedían el acceso.
Aquel día la mar rugía de manera tan alarmante que las autoridades temían la peor de las galernas. Los talleres navales estaban anegados y sobre las vallas del puerto rompían las olas con una fuerza inaudita, tanto que los edificios cercanos tuvieron que ser desalojados.
Ella tuvo que ceder su huerta a las autoridades y entre camelias montaron tiendas de campaña para acomodar a los refugiados. Cada minuto que pasaba, la fuerza del mar rompía y superaba todas las barreras. Aquella noche se lleno de tinieblas, fue dura y cruel, muy cruel, los ruidos y la oscuridad eran espantosos, y la noche se hizo interminable. Nadie sabía que estaba pasando, acurrucados en las tiendas y protegidos por las camelias, esperaba una tregua.
Al alba todo estaba en calma y ante los ojos de los refugiados, apareció otro mundo. Los edificios habían desaparecido, y los talleres navales dejaban paso ahora a una hermosa playa… El mar por fin había reclamado lo que era suyo.
A. Cris
La niña hoy convertida en abuela sigue viviendo en el mismo lugar en que nació, y solo con cerrar los ojos puede ver la ría, la isla de Tambo y el ir y venir de los barcos. (2) Imagen actual.
Bajo esta avenida esta la playa los muelles de madera el mar… contrario a la Atlántida esta fue tragada por los hombres. (1) Imagen actual.
3 comentarios:
que mágoa que se perdesse todo isso...
beijos
(claro que podes tomar a garavata! será uma honra! se precissares uma fotografia de maior qualidade é só dizer)
Uno de los recuerdos mas fuertes que tengo es una escena en la parte superior de esa casa de la que hablas, en la que mi querido abuelo, con un estilo muy parecido a este, nos contaba su propia historia. Por desgracia el destino no quiso que continuara y Dios se lo llevó para escucharlo más de cerca. Por favor, cuéntanos tu esa historia, que es parte de nuestra familia y que ayudará a nuestros hijos a entender lo que realmente nos une. Un beso.
Raquel, la foto tiene su historia. Me troncho de risa al ver a mi hermano (tu padre) todo elegante de cazadora y corbata y nosotros tan panchos todos remangaos.
Bueno tú tranqui ya iré contando cosas poco a poco.Un beso para los niños. Tia Cris
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