Mientras
caminábamos por aquel sendero pedregoso no dejaba de compararlo con los
avatares de la vida… la dificultad de una ruta de alta montaña nos retaba a
lograrlo y el verde del paisaje nos recordaba tanto a nuestra tierra que
olvidabas que los glaciares abandonaron estos lugares hace menos tiempo del que
pensamos. Entonces como la vida misma nada nos haría retroceder ¡adelante!
Nuestros
ojos eran ahora los que daban las órdenes
a nuestro cerebro, a nuestras piernas. Nuestros ojos lo escudriñaban todo en una y otra dirección, atentos como los de
un gato vigilando y reflejándose en ellos el verde del paisaje… otra vez el
verde.
Y por fin
ante nuestros ojos los dos lagos. Sin palabras, solo podía mirarlos solo mis
ojos eran capaces de mandar a mi cerebro tales sensaciones la calma de sus
aguas esa profundidad insondable y otra vez el verde… como los ojos de Iago.
Abuela Cris
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